No hay mucho que comentar de uno mismo, mucho menos de muchos uno mismo en un ponche de ácido lisérgico. La bicicleta del Doctor Hoffman descansa en el garaje junto a las películas del viejo Mèlies. El caso es dejar huella, convertirte, al menos, en un incordio si es que nunca serás un líder... No un incordio malo, sino uno de esos que aguantas porque te hace gracia o le has cogido cariño: como una almorrana.
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