miércoles, 21 de marzo de 2012

El Circo de Neón - Plux


El trapecista se encendió un cigarro, mientras los Nonomonos aporreaban su puerta.
Pronto tendrían que salir a escena... o quizá a la carretera, lo cierto es que ya no importaba. La vida era un bucle infinito.
Nunca dejaba de sorprenderle lo rápido que se consumía el cigarro cuando le poseía la angustia creativa.
-Petunia – le pidió al viejo ordenador holográfico -, muéstrame mi correo.
-¿Qué direcciones? – repitió la voz femenina, programada según los patrones de una mujer de su pasado.
-Todas.
Las listas se materializaron en pantallas holográficas que él descartaba por insustanciales o por abundantes en noticias de gente de la que no tenía ganas de saber nada.
Al cigarro no le dio tiempo a quemarle los dedos, lo aplasto contra un cenicero de aluminio pintado con colores Day-glo...
-Siguiente.
Otra lista sin nuevas.
-Siguiente.
Un solo mensaje, anunciándole un chanchullo para poder comprar entradas para el concierto de un Gomorrita transexual al que hacía años que se le habían pasado sus 15 minutos de fama...
-No hay nada más – anunció Petunia.
-Estupendo.
El trapecista se sentó en la cama, sacó su pistola del cajón y se descerrajó un tiro...
Rewind...
El trapecista se quedo mirando su pistola, y luego la tiro al suelo...
-Tienes un contrato - le recordó Petunia.
Furioso, pateó arma contra la pared de su rullotte...
-Qué se lo metan por el...
Un estallido interrumpió la blasfema invitación a la sodomía.
-Oh, oh... Problemas – Petunia demostró que como cualquier maquina lo evidente es lo único que son capaces de constatar.

En el exterior el caos llevaba el nombre de cada uno de los nanomonos que ahora corrían, envueltos en llamas, de un lado a otro de la plataforma delimitada por el Estado para la instalación del circo.
-El mundo esta lleno de gilipollas – comentó Rachel mientras una de aquellas odiosas bolas de pelo sintético pasaba tan cerca de ella que casi chamusca su traje de luminoso neón.
Rachel no era solo una muchacha apetitosamente hermosa, sino una de los principales atracciones de aquel circo: montada en su Lanza 3, un extraño híbrido de moto tuneada por un fanático del manga y un cohete diseñado por un chulo de discoteca, realizaba las proezas más temerarias que nunca se hubieran visto.
Frank, que hasta ahora era su compañero en el espectáculo, estaba desperdigado por toda la zona delimitada, su carne mezclada con los restos de su vehículo...
-Le dije que estaba cargando demasiado el surtidor, y que, con todas las mierdas que le acaba de hacer a su burra, al final nos iba a hacer saltar por los aires – Rachel rechazó el cigarro que la ofrecían, no bebía ni fumaba... Un camino que debía haber seguido también Frank -... Me alegro que haya pasado ahora, conmigo lo suficientemente alejada... Llega a pasarnos en medio del espectáculo, y lo mato.
-Tu estarías muerta, también – recalcó su acompañante.
Rachel negó con la cabeza.
-No, yo tengo contrato fijo... y de por vida.
Aquello puso fin a la discusión sobre la posible mortalidad de Rachel. Pero no evitó la mirada de reproche, por su falta de empatía, del acompañante.
-No soy borde ¿Vale? Lo que ocurre es que tengo intolerancia a los gilipollas.

Las fuerzas del estado se materializaron, con su tosquedad y malos modos habituales, una hora o dos después de la explosión, y con el fuego ya apagado... aún así, como era habitual en ese grupúsculo de niños probeta genéticamente adaptados para carecer de cerebro, cargaron contra todo el que vieron, tan solo para justificar su presencia.
-¡Al enemigo! ¡Al enemigo! – gritaban en su dialecto de gorilas.
Rachel no esperó a que el jefe diera la orden de partir, más que nada porque acababan de partirle a él en dos la cabeza, y montada en su lanza 3 puso tierra de por medio... Cuando pasó junto a la roullote del trapecista vislumbro el brazo de este alargándose, suplicante hacia ella. Lo cierto es que le caía bien, y como sabía de sus ganas de morirse dejo que le dieran ese placer. Con el Estado de por medio, ningún contrato vital valía para nada.
No miró hacia atrás, por si amigos o enemigos la seguían, en ese momento solo podía importar una persona: ella.

El cadáver del Señor Neon Plux, fue incinerado, junto al resto del de su trouppe y los de las familias que habían ido a disfrutar de un día de circo, por los obedientes y ultraviolentos sicarios del Estado.

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