miércoles, 21 de diciembre de 2011

Tic, toc, el malo esta aquí


Andrea Bretón y la palabra cobardía o temor no iban nunca de la mano... Aún así eso no quería decir que no fuera precavida, y, cuando escuchó el ruido que provenía del salón, caminó hacía la habitación con cautela, preparada para lo que allí pudiera encontrar... Vestida tan solo con una sudadera azul, varias tallas más grande, y unas bragas, iba descalza y desarmada... aunque eso no era un problema para ella.
... A sus 18 años, Andrea había aprendido algunas cosas sobre el mundo que la rodeaba: No todo era lo que parecía ser.
Su mano agarró el pomo de la puerta con firmeza, lo giro despacio y no mucho para no alertar a quien fuera que hubiera entrado... En cuanto el pestillo estuvo retirado empujo con suavidad...
-Bonito sitio – dijo el extraño joven, completamente vestido de negro (abrigo largo, sombrero de copa, pantalones, botas, e incluso guantes) que llevaba prendido al pecho un adorno triangular con un ojo en su centro.
La sala donde se encontraban no era una sala de estar al uso: toda adornada con muebles en forma de reloj y maquinaria de todo tipo, era el lugar preferido de Andrea en toda la casa.
-¿Quién eres? – preguntó Andrea, completamente alerta.
-¿Yo? – dijo el intruso, su mirada tan clara como la de Andrea estaba llena de fría melancolía – No creo que te interese.
Andrea achico sus enormes ojos.
-Yo soy la que decide lo que me interesa y lo que no, además estas en mi casa sin invitación... ¿Cómo has entrado, por cierto?
El intruso sonrió.
-Fue fácil. Creyéndote tan lista como te crees, deberías mejorar tu seguridad – le respondió el intruso – de todos modos, solo vine a saludar... Nos volveremos a ver.
Y dicho esto, el intruso se apagó... ¡Un holograma! Así es como había entrado, no estaba allí, exactamente, sino que era una proyección.
Andrea se prometió que descubriría quien era aquel petulante, y cuando lo hiciera iba a meterle su arrogancia por donde salían sus excrementos...
Hablando de alguien que iba a cargársela.
-Maxie – dijo golpeando uno de los extraños muebles - ¡Despierta!
Andrea se apartó y la forma del mueble cambió hasta adquirir una meramente antropomorfa... uno de los brazos de aquella cosa acababa en una amenazante hoja serpenteante.
-¿¡Qué!? ¿¡Qué!? – el androide habló con una urgencia casi humana -... Andrea, estaba en medio de un placido sueño, estaba tumbado en un prado rodeado de pacíficas ovejitas eléctricas que...
Maxwell se detuvo al ver que Andrea no estaba para escuchar sus sueños.
-Hemos tenido visita inesperada – dijo ella, taconeando el parqué.
-Imposible, yo lo hubiera notado – trató de justificarse la estrafalaria criatura mecánica.
-Era un holograma.
Maxwell se rascó la parte superior del reloj de agujas que le hacía de cabeza.
-Claro... Por eso no me desperté.
Andrea le atravesó con la mirada.
-Pero bien que saltaron todas tus alarmas cuando te desperté yo – Andrea le señaló el afilado apéndice que partía de su brazo derecho.
-¡Ups! – el apéndice se retrajo, y apareció una mano mecánica de tres dedos igual a la izquierda – Mis disculpas, Andy – y enseguida la criatura se centró en la visita - ¿De quien se trataba?
-No se identificó, vestía de forma un tanto anticuada, pero, si que me fijé en el broche triangular que llevaba.
Maxwell se inclino, colocando su rostro a escasos centímetros del de Andrea.
-¿Un broche triangular? ¿Con un ojo en el interior?
-Sí ¿Como lo has sabido?
El androide choco su puño derecho contra la palma del izquierdo.
-Saint Simón, maldito bastardo.
-¿Le conoces? – preguntó Andrea.
-Más bien les conozco, son un linaje que se remonta desde finales del s. XVIII, o inicios del XIX, hasta, al parecer, hoy... Gente muy peligrosa.
Andrea asintió con gravedad.
-¿Qué querrían de mí? – preguntó ella.
-Si se han molestado en visitarte, nada bueno... Esos bastardos nunca traen algo bueno.

Wendy, como su propio nombre indicaba, llevaba Neverland. Org... Se había pasado toda la vida aguantando chistecitos, sobre todo porque sus dos hermanos se llamaban Jhon y Peter, así que si no puedes con ellos, pues, únete a la broma. El sitio web era toda una base de datos sobre la actividad extraordinaria que ocurría en la ciudad y sus alrededores, un mundo que su mejor amiga de la infancia, Andrea, le había ayudado a descubrir... No todo lo que nos rodea es tan normal como parece.
Andrea fue, a la mañana siguiente de aquella visita inesperada, a investigar un rato con Wendy...
-¿Has dicho que el tipo se llamaba Saint Simon? – preguntó Wendy, el rostro de niña buena iluminado por la luz de la pantalla.
-Sí – asintió Andrea - ¿Encuentras algo?
Wendy giró la pantalla para que su amiga lo viera.
-Míralo por ti misma.
La primera entrada decía así: Claude-Henri de Rouvroy, Conde de Saint-Simon (París, 16 de julio de 1760 - id., 19 de mayo de 1825). Filósofo y teórico social francés, que puede incluirse entre los filósofos del socialismo utópico. Sus ideas fueron a parar a la democracia socialista europea de finales del siglo XIX; la segunda entrada añadía a otro Saint Simon: Louis de Rouvroy, Duque de Saint-Simon (París, 16 de enero de 1675 - ibidem, 2 de marzo de 1755), fue un escritor y diplomático francés. Era hijo de Claude de Rouvroy, Duque de Saint-Simon y de su segunda mujer, Charlotte de L'Aubespine. El filósofo, teórico social e industrial francés Claude Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon (1760-1825), fundador del saint-simonismo, es un pariente lejano del duque. El duque de Saint-Simon fue autor de unas voluminosas Mémoires (Memorias) que cubren los años 1695-1723 y son una fuente fundamental para comprender el reinado de Luis XIV y la regencia que le sucedió. En 1721 viajó a España, país que admiraba mucho, como embajador, con el fin de casar a Luis XV con una infanta española. Fue el episodio culminante en su carrera política, que además se vio recompensado con el título de Grande de España, pero fue el último. A su retorno a Francia en 1722, no consiguió ser primer ministro, y al año siguiente, con la muerte del regente, perdió todo acceso al poder y se alejó de la corte. La principal obra del duque de Saint-Simon tuvo que esperar mucho tiempo hasta ser publicada. La primera gran edición fue la de Adolphe Chéruel, a partir de 1858, a la que seguiría la de Boislile, de 1879 a 1930.
-¿Solo has encontrado eso? – preguntó Andrea.
Wendy achicó los ojos.
-Cielo, no presiones o la señorita tetera explotará y te sacará uno de tus bonitos ojos.
Andrea sonrió.
-Perdona, Wendy... Ese tipo me puso un poco nerviosa anoche.
-¿Y tienes que pagarlo con tu mejor amiga?
Andrea puso sus manos sobre los hombros de Wendy.
-Mejor dicho, mi única amiga... Y tienes razón no te mereces que me ponga tan desagradable contigo.
Wendy sonrió.
-No te preocupes, Andy, las amigas somos para lo bueno y para lo malo ¿No le preguntaste a tu cómoda parlante?
Wendy tenía muchos nombres para Maxwell, cómoda parlante era uno de ellos.
-Sí.
-¿Y que te dijo?
-Que jugar con ellos era como jugar con fuego en una fabrica de petardos.
-Sí o sí sales herido.
Andrea asintió.
-Pues estamos en un buen lío.
-Y que lo digas.

(Continuara)

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