viernes, 27 de enero de 2012

Las Guardianas de la Puerta de Sangre: El tributo



Muchos antiguos conocían la historia de la Puerta de Sangre que había pasado de generación en generación, y, también, conocían el tributo que había de pagarse para cruzarla... Tres ancianas la guardaban, y las tres cobraban el tributo exigido a todo aquel que quisiera traspasarla: una vida inocente.
Fue de la madrastra, harta de la desobediencia del miembro más joven del clan, la idea de mandar a Karen al refugio de las tres guardianas.
La joven de los extraños ojos penetro en la densa arboleda que conducía al aislado refugió de las tres guardianas, obedeciendo cada una de las normas y reglas que su madrastra la había dictado, a fin de no molestar a tan insignes damas.
Cruzó un monte y después un pinar, igual de denso que la arboleda, camino casi dos horas hasta dar con la casa de las tres brujas.
En una ventana había tres pastelillos recién hechos, las tripas de Karen rugieron, y, pensó que no las importaría que probara uno. Así lo hizo...
-Hermanas, creo que tenemos un ladronzuelo.
Dijo una voz, como el siseo de una serpiente, dentro de la casa.
-Ladronzuela – corrigió una segunda – puedo oler su feminidad fresca y saludable.
-Iré a ver – dijo la tercera.
Karen, que con el masticar, nada escuchó, había olvidado todo recato y cuidado, apartados de su mente por las dos horas de caminata y el hambre acumulada, y ya se acercaba tentada por el segundo pastel. Andaba alargando su mano hacía este, cuando una garra la atrapo por la muñeca.
-¡Uy! Pues bien carnosa y tierna está esta ladronzuela - dijo la dueña de la tercera voz, sin parar de apretar el brazo de Karen, primero con una garra y después con las dos. Al principio Karen se asusto, pero, enseguida se supo en casa de aquellas que buscaba.
Las tres encorvadas brujas salieron a recibirla, rodeándola y haciéndola girar para mirarla de arriba abajo.
-Sonrosada y sana como una manzana.
-Que cara tan linda y dulce, con estas mejillas tan carnosas y encarnadas.
-Que cuerpo tan firme y redondeado.
Cada una alabó algo de Karen, quien tomo esto como parte del ceremonial y soporto con estoicismo el examen... ignorando la verdadera naturaleza de este.
La primera de ellas, alta, flaca, y muy fea, a la que le tuvo enseguida miedo, se comporto muy amable y cariñosa con Karen. La cogió del brazo y la introdujo en la casa, a donde las siguieron las otras dos. Ofertó pan y leche a Karen, quien acepto gustosa, pues, aún no se la había pasado el hambre.. Mientras las otras dos cerraron bien la puerta...
Después que la dieron de comer y Karen se sintió llena, vino la sorpresa, y, con fuerza hercúlea, entre las tres, la encerraron en una jaula grande...
Ahí prisionera paso días, mientras, las tres brujas, contentas con el tributo, la daban de comer y beber en abundancia, y cada mañana la decían:
-¡Qué linda estás! ¡Más gordita y sonrosada cada día! ¡Qué banquete vamos a tener!
Karen, incapaz de defenderse, y con su odio por la madrastra creciendo por cada día de cautiverio, atendía con miedo, e incapaz de defenderse o huir (la magia de las tres mujeres era poderosa), a esas palabras y pensaba que no la quedaría más destino que ser comida de aquellas brujas.
Pasados 9 días, en que las tres mujeres se habían dedicado a dar de comer bien a Karen, para que estuviese gordita, se prepararon los 9 cuchillos, 3 para cada una, con los que la cortarían 9 de su diez dedos (gruesos y carnosos tras el proceso de engorde) que enseguida guardarían como primer pago... Encendieron el horno, donde echarían a la chica, empujándola con largas picas, a fin de que no escapara, y, de intentarlo quedara lo suficientemente herida (nunca muerta, pues estropearía el banquete que con ella se darían) para no dar más guerra, al interior. Los 9 dedos servirían de llaves para la puerta, que, como ellas, exigía un tributo de sangre y carne, y el resto de Karen como cena y pago de los servicios prestados.
Karen había sido traicionada por su “familia”, por los mismos por los que había renunciado a seguir viendo a su amado, una de las pocas personas a las que parecía importarle lo que la pasara. Solo esperaba vivir para ver a la madrastra, cuando viniera a disfrutar la otra parte del trato (el uso de la puerta), para poder escupirla en su asquerosa cara.

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