martes, 10 de abril de 2012

Los niños buenos van al cielo, los malos al Coco


Los dos gemelos correteaban sin control por la calle, nerviosos, hiperactivos... Sobre todo el chico. Su hermana simplemente trataba de seguirle. Marcelo siempre había sido el trato de los dos, Ines tenía visos de ser más asentada, aunque, solo un poco más de lo que era su hermano.
Sin darse cuenta se iban alejando y alejando, gritando y sin respetar a los viandantes con los que se cruzaban y les maldecían... alguien debió escuchar una de las maldiciones porque aquella mujer los atrapó al vuelo, la misma mujer que minutos antes sobrepasara el chico.
-¿A que no me coges, Ines? – vociferaba Miguel cuando la lano de la mujer se cerro sobre su hombro - ¿quién es usted?
La mujer que aparentaba unos treinta años, y tenía el pelo rubio ceniza como los dos gemelos y ojos de gata, le sonrió con dulzura.
-Una amiga de la infancia – contestó la mujer.
En ese momento, Ines giraba la esquina, y con su mano libre, la mujer la cazó.
-¿Dónde vais tan corriendo, ratoncitos?
-A usted no le importa – le contestó Miguel, y la lanzó una patada a la espinilla.
Sin dejar de sonreír la mujer esquivo la patada y de un tirón arrastró a los dos hermanos tras una puerta que permanecía abierta. Precipitados a las oscuridad que se abría tras ella, cuna boca de lobo, dieron con sus huesos en el cemento.
-Que poco pesan, corderitos – dijo la mujer cerrando la puerta al entrar, y sumiendo en ya total oscuridad al interior de aquel lugar -... Y que fácil fue capturarlos.
-Si no nos suelta gritaremos – dijo Ines, y enseguida se puso a ello - ¡Socorro! ¡Quieren secuestrarnos! ¡Socorro!
-Grita y grita hasta desgañitarte – le dijo con total calma la mujer -, aquí nadie puede escuchar vuestros insufribles berridos.
-Quien es usted y que quiere de nosotros – dijo Miguel, lanzando patadas y puñetazos a la oscuridad.
-Ah, eso... Es fácil, podéis llamarme Alicia, y mi misión es llevarme a los niños malos, traviesos y molestos – la voz de la mujer les rodeaba, y cada vez la sentían más cerca -... Tiernos gritones y trastos, sabrosos maleducados y contestones...
De golpe los hermanos, sintieron una mano que se cerraba alrededor de sus piernas, los derribaba, para arrastrarlos aún más adentro de aquella oscuridad...
Los gemelos gritaron y gritaron...
-Debisteis ser más obedientes, escuchar y respetar a vuestros mayores, ahora no hay marcha atrás... No gastéis fuerzas ni destrocéis vuestras gargantas, ya nadie en vuestro auxilio va a acudir.
Ni siquiera entonces la escucharon, y siguieron revolviéndose y gritando, mientras eran arrastrados durante metros, kilómetros... Aquella estancia no parecía tener fin. Finalmente, agotados, perdieron la conciencia.

Cuando Miguel e Inés despertaron se encontraron presos en una jaula que colgaba del techo, pero lo que más les aterro no fue eso, sino los ojos, que brillaban como ascuas anaranjadas, de la mujer que les había capturado y, que, ahora, apoyada en un muro de hormigón cuya única decoración era un grotesco cuadro, los observaba ladeando la cabeza, como un depredador evaluando a su presa.
-Estáis en los huesos y así no me servís de nada – la voz de la mujer surgió sin que ella siquiera moviera los labios -... Ahí encerrados, sin poderos mover, y bien atiborrados de comida, en una semana, quizá, estéis lo suficientemente gordos para lo que os tengo planeado.
Inés rompió a llorar aterrada.
La mujer se relamió.
-Deliciosas lagrimas de niño... Vuestro miedo y desesperación, también es mi alimento.
-¡Callate, puta! ¿¡no ves que la estas asustando!? – increpó Miguel a la mujer.
En una fracción de segundos, incapaz de que los ojos de los críos lo percibieran, la mujer se movió y apresando del enclenque brazo a Miguel, lo aplasto contra los barrotes.
-Contigo empezare – la lengua de la mujer se paseo por la mejilla del niño -... Tu serás el primero en experimentar lo que os tengo preparado.
-Suéltame, bruja loca – le increpó Miguel -... y déjanos salir de aquí.
-Porque tanta prisa, cuando estén listos saldrán de entre estos barrotes.
Los días pasaban y el valor de los dos hermanos se marchaba con él, ya no eran tan impetuosos, alborotadores, ni traviesos... El miedo había apagado sus pequeñas almas, y la incertidumbre paralizado sus cuerpecitos.
Cada tres horas, durante todo el día, aparecían dos platos de comida dentro de la jaula. Ellos al principio se negaron a probar bocado, pero como el valor ahí tambien acabó flaqueándoles su orgullo infantil, o simplemente fuera el hambre y lo apetitosas que se veían las viandas, y comían hasta dejarlos limpios...
... Lo limitado de sus movimientos y aquellas 8 comidas diarias enseguida incidieron en el cuerpo de cada uno de ellos... De delgadas raspas habían pasado a rechonchos chanchitos...
-Que gorditos estáis, mis pequeños terromotos – decía la siniestra mujer, mientras entre los barrotes, les extendía, por turnos, una extraña pasta aceitosa. Ritual que desde ahcia una semana que había comenzado - ¿No oís el reloj? La hora esta ya cerca – y agarrando a Miguel por los cachetes, le dijo con voz terrorífica -... Y como te prometí, a ti te llegara el primero.
En cuanto la mujer se marchaba, los dos hermanos se abrazaban con fuerza y lloraban desconsolados uno en el hombro del otro.
Un día, les despertó el cerrojo de la jaula... y esa mañana, además de los restos de la última comida, la mujer introdujo a Miguel en un saco. Ines no pudo hacer nada por impedirlo, y se quedo ahí sola, abrazándose así misma, y llorando sin consuelo.
Miguel estuvo dentro del saco largo rato, siento como era transportado a pulso por aquella mujer. Finalmente se detuvo, y con un movimiento brusco, Miguel salió de aquel saco.
-Aquí esta mi señor, el primer rico lechón - dijo la mujer, abrazándose, completamente desnuda, a un gigante de piel cetrina, barba y cabellos descuidados, e idéntica situación en cuanto a la ausencia de ropajes.
-¿A qué esperas, mujer? El fuego esta encendido, y el asador montado; hunde en su tierno ano el espetón y a fuego lento lo asamos – la voz del hombre retumbaba por las paredes de la caverna, pues cavernosa y profunda era.
-No, eso, no – suplicó Miguel -... No me coman por favor.
-Y es tarde diabillo – dijo la mujer, recogiendo lo que parecía una lanza olímpica del suelo, y dirigiéndose hacía el inmóvil Miguel -... ¿Cuántas veces no te dijo tu madre, que si no eras bueno el Coco vendría para llevarte lejos y comerte? – la mujer separo las piernas de Miguel y colocó la punta en la entrada de ano, mientras lo mantenía tumbada recto y boca arriba -... Pues el Coco ya se te llevo, y ahora – El hombre se convirtió en humo y ese humo fue inhalado por la mujer, para que ambos, como había sido por milenios, fueran solo uno -... Va comerte – la voz que escucho Miguel detuvo su pequeño corazón.
Muerto, fue puesto sobre el fuego, donde, vuelta tras vuelta, se fue dorando y asando...
-La niña será la siguiente – anunció aquella cosa mientras la oscuridad se tragaba la caverna.
Por su parte, Inés lloro y lloro hasta que se le acabaron las lagrimas, la sed secó su garganta y la tristeza vació su estomago... Cuando llegó la siguiente comida, ni siquiera lloro al ver solo un plato sobre el suelo de la jaula, faltaba el de Miguel, y como zombie se comió el contenido...
Y al rito diario de embadurnarla con aquella pasta, se le unieron 3 baños diarios, mañana, mediodía y noche, en una enorme tinaja llena de un agua cálida y aromatizada... En ella Inés debía permanecer sumergida durante una hora, y luego la mujer la devolvía a la jaula...
-¿Donde se llevo a mi hermanito? – tuvo el valor, al fin un día, de preguntarle a la mujer.
Cogiéndola uno de sus rechonchos bracitos, la mujer la hizo tocarla la barriga.
-Esta aquí dentro, donde tu pronto te reunirás con él – le contestó la mujer, relamiéndose.
Y por primera vez, tras días sin poder hacerlo, Inés lloro aterrada por lo que el destino le tenia impuesto.
Cada día más gordita, perfumada y con la piel más suave y tierna, Inés se sabía próxima al estomago de aquella mujer... quien no se cortaba en leer, delante de ella, su “Recetario para cocinar niñas malas”
-Pandero a la mandarina... Cortar las nalgas de una muchachita bien rolliza y sonrosada, y bañarlas en jugo de mandarina durante una o dos horas, después meter al horno a 300º media hora, y disponer en bandeja de plata con patatas panaderas y gajos de la misma fruta.
o...
-Brocheta de mofletes... separa con cuchillo de filo fino, los dos mofletes de la nena, una vez se encuentren bien redondos y sonrosados por el proceso de cebado. Pinchar ambos en brocheta acompañados por gajos de manzana dulce y bañarlos, mientras se cocinan al fuego lento, con un chorro de almíbar – y pellizcándola las mejillas, relamiéndose, la decía – esta estoy deseando probarla contigo.
A estos nuevos rituales unió, aquella mujer, la tortura y la incertidumbre de pesarla y medirla cada 12 horas... Y a cada fin de aquel ritual, en los ojos de la mujer, la niña, podía leer que aquel podría ser su último momento con vida...
... Pero pasaban los días sin que lo peor no ocurriera, y aquello también podía con los nervios de la niña...
Una mañana, Inés encontró la puerta de la jaula abierta y ningún plato en el suelo de esta ¿Sería una trampa? Inés estuvo dos horas decidiendo si salía de la jaula o no, la ausencia de ruidos u otro vestigio de la mujer la decidió a salir.
Con pasos inseguros, los pies descalzos y sin prenda alguna que cubriera su cuerpo a las puertas de la adolescencia, recorrió la estancia, segura de que la mujer la saltaría encima en cualquier momento.
Entonces vio la puerta entreabierta... Aquella puerta no estaba ahí antes ¿O sí? Inés asomó su cabecita y vio que daba a la calle...
... sin pensarlo un segundo corrió como alma que lleva el diablo, pidiendo ayuda a los transeúntes con los que se cruzaba... Y cuando al fin convenció a uno, y volvieron a donde estaba la puerta... Ahí solo había una pared.
Inés volvió con sus padres, quienes la esperaban con lagrimas en los ojos habiéndola ya dado por perdida después de todas aquellas semanas... Lloraron juntos la muerte de Miguel, aunque nunca nadie creyó al versión de Inés...
Inés siempre se preguntaría dos cosas: ¿Quién era esa extraña mujer? ¿Y porque la había dejado escapar?

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