jueves, 19 de abril de 2012

No somos ni Romeo ni Julieta (1)


Capitulo uno: Por ti invadiría Polonia

Jacqueline LaFey con su metro sesenta y tres centímetros, con aquel rostro dulce y de ojos grandes, claros y juguetones, era la última chica a la que imaginarias tratando de meterte el miedo en el cuerpo... Eso era una ventaja para ella.
Durante toda su vida se había cuidado de vicios y excesos, aunque no por ello era una chica aburrida... Todo tenía su razón de ser.
Y la explicación a todo esto llegaba al caer el sol, cuando aquella estudiante de instituto, pizpireta y divertida, se calzaba el corsé, el gorro puntiagudo, y los leotardos a rayas (a juego con los mitones) que sujetaba al corsé con ligueros. Entonces Jacqueline dejaba paso a su alter ego: la Bruja.
Aquel ser nocturno si que daba miedo, las supersticiones calan hondo en el alma humana y ella lo sabía...
-Hay dos formas de hacer esto – la noche era fría, así que llevaba un poncho blanco (quizá demasiado grande, viendo que la resbalaba por los hombros) sobre el corsé -, la fácil o la difícil.
Jacqueline había practicado con la iluminación y la gestualidad, en esos momentos el hombre al que trataba de aterrar creía estar delante de una mujer con ojos de gato: luminiscentes en la oscuridad.
-No se quien eres o lo que quieres, pero...
No llegó a completar la frase, la puntera de los zapatos de Jacqueline se clavó en su barbilla... la dentadura se hundió en la carne de la lengua, estaría un buen rato sin hablar.
-Creo que elegiste la opción difícil, una pena – se burlo ella.
Otro puntapié, y el hombre, que había caído de rodillas, quedó inconsciente.
Jacqueline cogió el dinero del bolsillo del dormilón, y se marchó...
... Otra noche de trabajo, y otro cliente satisfecho.

Día siguiente, en una habitación cualquiera... Jacqueline y una amigo escuchan “Carmina Burana”...
-Me están entrando gañas de invadir Polonia – exclama el chico, emocionado con el “O Fortuna”
-¡Uy! Yo tengo una muy poblada “Polonia” – exclama ella.
Aclarar, solo eran amigos.
Él se quedó con los ojos como platos, ella se sonrojó.
-¡Ñam! ¡Ñam! – dijo él.
-¡Ñam! ¡Ñam! – respondió ella -... Creo que me contagiaste la temperatura.
-Sí, es que yo siempre estoy a alta temperatura – contraatacó el amigo.
Las gafas del chico se ahuman en instantes, mientras una sonrisa de bufón satiro cruza su rostro.
Él se llama Lucas DuLac, y este es el deporte nacional de los dos.
Creedme, entrenan cada día para ser los mejores.
-Ya somos dos – sonrió Jacqueline -... solo que yo me aguanto.
-Será que ahora te vas a cortar conmigo – sonrió, alzando las cejas, Lucas.
Ella rió, roja como un tomate.
-Son raras las ocasiones en que no puedo controlarme.
-Yo al revés, son raras aquellas en que puedo – devolvió la pelota, Lucas.
-Entonces a mi me tocan todas esas.
-¿Cuáles?
-Las ocasiones en las que te controlas – respondió ella, haciendo un mohín de decepción.
La sonrisa regresó al rostro de Lucas, quien sin moverse del sitio, ya parecía cubrir a su amiga.
-¿Tu crées?
Jacqueline asintió.
Lucas hizo como que pensaba y contestó:
-¿Y que podría hacer yo para demostrarte que te equivocas?
Al ver la mirada de su amigo, Jacqueline sintió miedo... Quiso retroceder.
-Esto... No sé.
Jugueteando con su cinturón, la mirada de Lucas era inequívoca.
-¿Quieres que nos igualemos?
Un día, tiempo atrás, Jacqueline había tratado de ver los limites de su amigo comportándose como una gatita mimosa, tratándole de seducir... Él se había puesto rojo como un tomate, pero el respeto ganó en aquella ocasión.
Ahora era ella la que, como él en aquella ocasión, tartamudeaba y se ponía como la señal de stop de un semáforo...
-Esto... Mmmmm... Jijijijiji...
-¿Eso es un sí o un no? – tiró él, un poco más de la cuerda.
-¿Como iba a pedirte eso? Eres mi mejor amigo – dijo ella riéndose.
-Pues, puedes hacerlo pidiéndolo por favor, o de rodillas, o simplemente pidiéndolo.
Ella rompió en carcajadas.
-¡Payaso!
-Ingenioso – corrigió él -. Lascivamente ingenioso – y llevándose la mano a la cintura, como un héroe de capa y espada -... Soy de verbo afilada – y mirándola con picardía, remató -, y lengua juguetona.
-No tienes ni que jurarlo – decía ella, retorciéndose de risa.
-¿Acaso desea milady que mi lengua juegue con su conejito? – dijo él con voz fingidamente afectada.
Jacqueline se retorcía en el suelo, entre hipidos con la boca y los ojos bien abiertos pues aquello ya la superaba... Tendría que sacar la bandera blanca, y declarar a Lucas ganador de la justa.
-Oiga, caballero, que yo soy de pensamiento e ideas puras.
-Es una pena, yo soy de pensamiento e ideas locas.
-Quizá yo sea de amabas – contestó ella, sin darse cuenta de su lapsus lingüístico.
Él si lo hizo, y lo aprovecho para seguir aguijoneando.
-Oye, tanto como amar... Eso ya tendríamos que hablarlo... Invitarme a cenar, comprarme flores, pedirle la mano a mis padres, etc...
-¿Amar? ¿Quién hablo de...? – pero enseguida se dio cuenta, y volvió a reír, al darse cuenta de su torpeza... cediendo a su rival un buen punto donde lanzar el estoque -... Sí, tendré que conquistarte, comprarte flores. Chocolate, invitarte a cenar...
-O ofrecerte para cenar – incluyó, él, en medio.
-... Hacerte la cena.
-Nada, la cena la preparo yo, tú ya haces suficiente poniendo la carne.
Las risas se turnaban con las ingeniosas estocadas dialécticas.
Cuando las risas se fueron apagando, y ellos seguían a la misma distancia de seguridad, Lucas preguntó:
-¿Ya sacaste la bandera blanca?
Jacqueline rió, y, asintiendo, contestó.
-Algo así.
-Porque yo puedo estar horas dándote la replica.
Ella le dedicó su sonrisa más dulce.
-No tienes que jurarlo.

Dicen que el cuélebre habla tan solo en inglés
pero está yendo aprender para hablar del revés
y no entederse con nadie ni en chino ni en bable
sobran las palabras
que las palabras se enredan
y forman oscuras las buenas ideas
dicen que el cuélebre habla tan solo en inglés.


-Canción divertida – presentó Lucas, el tema de Victor Manuel que, en esos momentos, llenó la habitación.

Dicen las lenguas que el cuélebre fue un travestí
pero el repite a la gente me hicieron así
puedo ladrar como un perro, nadar como un pez
o volar como un cuervo
me gusta andar los caminos calzando madreñas
tras de las mujeres
dicen las lenguas que el cuélebre fue un travestí


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